ANNALES TESTS 2008

 

SESSION de Juin 2008


Stylistique française (épreuve commune aux différents parcours)


Vous proposerez une site à ce texte (15 lignes). Vous en conserverez le style et les procédés, chaque argument devant implicitement contenir une attaque contre les partisans de l'esclavagisme.


Si j'avais à soutenir le droit que nous avons eu de rendre les nègres esclaves, voici ce que je dirais:

Les peuples d'Europe ayant exterminé ceux de l'Amérique, ils ont dû mettre en esclavage ceux de l'Afrique pour s'en servir à défricher tant de terres.

Le sucre serait trop cher, si l'on ne faisait travailler la plante qui le produit par des esclaves.

Ceux dont il s'agit sont noirs depuis les pieds jusqu'à la tête ; et ils ont le nez si écrasé qu'il est presque impossible de les plaindre.

On ne peut se mettre dans l'esprit que Dieu, qui est un être très sage, ait mis une âme, surtout bonne, dans un corps tout noir. […]

Une preuve que les nègres n'ont pas le sens commun, c'est qu'ils font plus de cas d'un collier de verre que de l'or, qui, chez les nations policées, est d'une si grande conséquence.


Montesquieu, De l'esprit des Lois, XV, 5 (1748)


Traduction littéraire (espagnol)


Las hordas de los perros del hortelano, implacables e innúmeras, desertaron al fin la biblioteca ; la temporada de la caza de exámenes había terminado ; pude volver tranquilo a la sala grisblanca con algo de templo y de sepulcro, colocar mi carpeta sobre una mesa a dos – a la última de a uno acababa de adelantárseme una vieja, pisándome de paso con un tacón como una daga – ; entregué mi pedido a la bibliotecaria de cara de vinagre, me dispuse a esperar en el sofá mullido del vestíbulo, encendiendo un cigarro que, bien lo sabía yo, iba a multiplicarse por tres o cuatro mientras venían los libros, siempre traídos por sabe Dios qué sádica tortuga ; extendí el pie adolorido, me eché atrás, me puse a ver pasar la variopinta fauna de biblioteca (pido disculpas por lo de variopinta ; es palabreja que abunda en las usuales traducciones del ruso tanto como escasea en la literatura de lengua castellana, del Mio Cid a la fecha, supongo por las mismas, recónditas razones ; la apunto sólo porque se me ocurrió allí mismo, nunca para dar pie a comentario alguno a posteriori o margen, literarias malicias a las que soy ajeno ; ojalá se vacíe alguna mesa sola, pensaba yo también ; he entresacado, a modo de ilustración circunstancial, un par apenas de las mil y una cosas que me vinieron a la mente durante los minutos de la espera ; constatar siquiera una centésima parte de su total es tarea a la que renuncio de antemano ; aun cuando la memoria lo conservase todo – como dicen que hace en realidad, lo que sucede es que no poseemos, al menos todavía, la llave que abre esa pandórea caja – no me hace falta alguna ese conocimiento incluso ahora, que me afano en reconstruir un par de horas escasas de una tarde invernal ; necesitara en caso tal seiscientas páginas para cada minuto, no las menos posibles en que intento apretar esta historia ; sin contar con que el tiempo, la memoria, sinónimos acaso, no son eso que el vulgo entiende como tales – pero cierro el paréntesis –) ; así sentado, fumaba yo, esperaba ; un viento repentino – maldito invierno – hacía hablar el metal de las persianas, ululaba allá afuera, anácronico coro de plañideras árabes ; me arrebujé en mi abrigo – maldito – sin resultado – invierno – ; de este modo llegué al segundo cigarro ; mi caja de fósforos callaba (pero yo hubiera jurado que estaba llena), y hube de recurrir a mi recién vecino de espera ; admiré unos instantes, tras prender mi cigarro, el viejo encendedor, pesado, de un metal oroviejo, delicados relieves figurando uno como dragón que vomitaba asiático florescencias de fuego ; lo devolví a su dueño – ojos claros, mi edad, suéter rojogastado de rombos arlequinos, poco que ver con el objeto que parecía pedir para hacer juego algún señor maduro de traje y portafolios – ; regresé a mi cigarro ; una de las ventajas indiscutibles del cigarro es que permite colmar o fabricar las pausas que uno quiera, cuando uno quiera ; yo, por qué no confesarlo, casi siempre las quiero ; no soy tímido, pero tampoco especialmente sociable ; en general prefiero fumar a conversar, aun con aquellas personas que prefiero ; eso me ha hecho ganar reputación de tipo comprensivo, lo que tampoco es especialmente cierto ; y de discreto, cosa que sí es verdad, aun cuando no lo sea por convicción especial, sino, más bien, por pura indiferencia (todo este análisis de personalidad, tal vez exacto, no lo he hecho yo, lo que fuera un estímulo aunque un esfuerzo que no haría por mí mismo, sino Martha, con el agravante de que poco a poco, con el paso del tiempo, ha ido volviéndose su tema favorito, a cualquier hora…


Felix Lizárraga (Cuba), “Las aguas del abismo”, in Nuevos narradores cubanos, Barcelona, Ediciones Siruela, 2000, pp.41-43.


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Traduction journalistique (espagnol)


Patente de corso


Me sigue sorprendiendo que se sorprendan. O que hagan tanto paripé, cuando en realidad no les importa en absoluto. Ni a unos, ni a otros. Y eso que todo viene seguido, como las olas y las morcillas. La última –estudio internacional sobre alumnos de Primaria, o como se llame ahora– es que el número de alumnos españoles de diez años con falta de comprensión lectora se acerca al 30 por ciento. Dicho en parla normal: uno de cada tres críos no entiende un carajo de lo que lee. Y a los 18 años, dos de cada tres. Eso significa que, más o menos en la misma proporción, los zagales terminan sus estudios sin saber leer ni escribir correctamente. Las deliciosas criaturas, o sea. El báculo de nuestra vejez.

Pero tranquilos. La Junta de Andalucía toma cartas en el asunto. Fiel a la tradicional política, tan española, de subvenciones, ayudas y compras de voto, y además le regalo a usted la Chochona, la manta Paduana y el paquete de cuchillas de afeitar para el caballero, a los maestros de allí que «se comprometan a la mejora de resultados» les van a dar siete mil euros uno encima de otro. Lo que demuestra que son ellos quienes tienen la culpa: ni la Logse, ni la falta de autoridad que esa ley les arrebató, ni la añeja estupidez analfabeta de tanto delincuente psicopedagógico y psicopedagocrático, inquilino habitual, gobierne quien gobierne, del ministerio de Educación. Los malos de la película son, como sospechábamos, los infames maestros. Así que, oigan. A motivarlos, para que espabilen. Que la pretendida mejora de resultados acabe en aprobados a mansalva para trincar como sea los euros prometidos –una tentación evidente–, no se especifica, aunque se supone. Lo importante es que las estadísticas del desastre escolar se desplacen hacia otras latitudes. Y los sindicatos, claro, apoyan la iniciativa. Consideren si no la van a apoyar: ya han conseguido que a sus liberados, que llevan años sin pisar un aula, les prometan los siete mil de forma automática, por la cara. Y más ahora que, de aquí a tres años, con los nuevos planes de la puta que nos parió, un profesor de instituto ya no tendrá que saber lengua, ni historia, ni matemáticas. Le bastará con saber cómo se enseñan lengua, historia y matemáticas. Y más si curra en España: el único país del mundo donde los profesores de griego o latín enseñan inglés.

Así, felices de habernos conocido, seguimos galopando alegremente, toctoc, tocotoc, hacia la nada absoluta. Todavía hay tontos del ciruelo –y tontas del frutal que corresponda– sosteniendo imperturbables que leer en clase en voz alta no es pedagógico. Que ni siquiera leer lo es; ya que, según tales capullos, dedicar demasiado tiempo a la lectura antes de los 14 años hace que los chicos se aíslen del grupo y descuiden las actividades comunes y el buen rollito. Y eso de ir por libre en el cole es mentar la bicha; te convierte en pasto de psicólogos, psicoterapeutas y psicoterapeutos. Cada pequeño cabrón que prefiere leer en su rincón a interactuar adecuadamente en la actividad plástico-formativo-solidaria de su entorno circunflejo, por ejemplo, torpedea que el día de mañana tengamos ciudadanos aborregados, acríticos, ejemplarmente receptivos a la demagogia barata, que es lo que se busca. Mejor un bobo votando según le llenen el pesebre, que un resabiado culto que lo mismo se cisca en tus muertos y vete tú a saber.

El otro día tomé un café con mi compadre Pepe Perona –«Café, tabaco y silencio, hoy prohibidos», gruñía–, que pese a ser catedrático de Lengua Española exige que lo llamen maestro de Gramática. Le hablé de cuando, en el cole, nos disponían alrededor del aula para leer en voz alta el Quijote y otros textos, pasando a los primeros puestos quienes mejor leían. «¿Primeros puestos? –respingó mi amigo–. Ahora, ni se te ocurra. Cualquier competencia escolar traumatiza. Es como dejar que los niños varones jueguen con pistolas y no con cocinitas o Nancys.

[…]

Te convierte en xenófobo, machista, asesino en serie y cosas así». Luego me ilustró con algunas experiencias personales: una universitaria que lee siguiendo con el dedo las líneas del texto, otro que mueve los labios y la cabeza casi deletreando palabras… «El próximo curso –concluyó– voy a empezar mis clases universitarias con un dictado: Una tarde parda y fría de invierno. Punto. Los colegiales estudian. Punto. Monotonía de lluvia tras los cristales. Después, tras corregir las faltas de ortografía, mandaré escribir cien veces: Analfabeto se escribe sin hache; y luego, lectura en voz alta: En un lugar de la Mancha, etcétera». Lo miré, divertido. «¿Lo sabe tu rector?». Asintió el maestro de Gramática. «¿Y qué dice al respecto?». Sonreía mi amigo, malévolo y feliz, encantado con la idea; y pensé que así debió de sonreír Sansón entre los filisteos. «Dice que me van a crucificar.»


Arturo Pérez-Reverte, El Semanal, 16 de Marzo de 2008


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SESSION DE Septembre 2008


Stylistique française (épreuve commune)


Vous imaginerez la suite de ce texte (15 à 20 lignes). Vous en conserverez le style et vous utiliserez le même système d'images et la même logique pour continuer à décrire les idées et l'état intérieur du héros, avant de terminer sur une clôture narrative.


[Albertine, une jeune fille qui séjourne à la station balnéaire de Balbec, a convié le héros, qui est amoureux d'elle, à passer la soirée dans sa chambre au Grand-Hôtel, où ils logent tous deux. Malgré quelques doutes, le jeune homme interprète cette invitation comme une avance amoureuse.]


Puis, tout d'un coup je pensai que j'avais tort d'avoir des doutes, elle m'avait dit de venir quand elle serait couchée. C'était clair, je trépignais de joie, je renversai à demi Françoise qui était sur mon chemin, je courais, les yeux étincelants, vers la chambre de mon amie. Je trouvai Albertine dans son lit. Dégageant son cou, sa chemise blanche changeait les proportions de son visage, qui, congestionné par le lit, ou le rhume, ou le dîner, semblait plus rose ; je pensai aux couleurs que j'avais eues quelques heures auparavant à côté de moi, sur la digue, et desquelles j'allais enfin savoir le goût ; sa joue était traversée du haut en bas par une de ses longues tresses noires et bouclées que pour me plaire elle avait défaites entièrement. Elle me regardait en souriant. À côté d'elle, dans la fenêtre, la vallée était éclairée par le clair de lune. La vue du cou nu d'Albertine, de ces joues trop roses, m'avait jeté dans une telle ivresse, c'est-à-dire avait pour moi la réalité du monde non plus dans la nature, mais dans le torrent des sensations que j'avais peine à contenir, que cette vue avait rompu l'équilibre entre la vie immense, indestructible qui roulait dans mon être, et la vie de l'univers, si chétive en comparaison. La mer, que j'apercevais à côté de la vallée dans la fenêtre, les seins bombés des premières falaises de Maineville, le ciel où la lune n'était pas encore montée au zénith, tout cela semblait plus léger à porter que des plumes pour les globes de mes prunelles qu'entre mes paupières je sentais dilatés, résistants, prêts à soulever bien d'autres fardeaux, toutes les montagnes du monde, sur leur surface délicate.


Marcel Proust, A l'ombre des jeunes filles en fleur, II (1919)


Traduction littéraire (espagnol)


Los niños jugaban en la bolera. A esa hora, la bolera les pertenecía : los balones, las pequeñas bicis, los palitos, la tierra. El centro, el núcleo del pueblo, el rectángulo sagrado que exaltaba a la tarde la sangre de los jóvenes, en la pugna eterna del fuerte contra el débil, que reavivaba en los viejos el primitivo impulso lúdico, era ahora, al mediodía, dominio de los niños.

El suave sol brillaba en los cristales del balcón del ayuntamiento, bruñía el llamador dorado de una casa cerrada, refulgía en los charcos aislados de la última lluvia. Julia cruzó la plaza de castaños, bordeó la bolera, caminó por una calle silenciosa, esquivó una gallina, un pato, un perro, la bicicleta llena de barro que se apoyaba en la tapia de un corral. Dejó atrás la última casa del pueblo donde una mujer tendía una larga fila de ropa : banderas rosas, amarillas, azules, blancas. El suelo estaba malo. Las botas de goma se hundían en el agua de los charcos y en el barro de las orillas. Al doblar un recodo, Julia se detuvo y miró hacia atrás. Éste era su paseo diario, éste era su camino. Conocía cada fragmento de paisaje, las praderas, los árboles. Nuevas perspectivas surgían al discurrir por los meandros del sendero. Era un paseo para hacerlo lentamente, como solía, para detenerse un momento a contemplar y respirar hondo y seguir adelante. El valle se extendía ante ella, a su mismo nivel. El camino atravesaba las tierras bajas de cultivo, los huertos y fincas que circundaban el pueblo. De vez en cuando un pequeño grupo de personas se inclinaba sobre la tierra, plantando, escarbando, recogiendo, limpiando algo. De vez en cuando avanzaba un carro, repleto de carga vegetal, alfalfa, heno. En lo alto, un niño, una mujer, un perro. El hombre iba andando, guiaba las vacas, daba pequeños golpes con un palo grueso y largo en el yugo de madera. Los pañuelos blancos que las mujeres anudaban en la cabeza, las capas de paño pardo de los hombres, habían evocado siempre a Julia escenas de novelas rurales del siglo XIX. Novelas rusas sobre todo. Luego, cuando en Ucrania había recorido en tren las largas extensiones de campos cultivados, adivinado a través de los cristales las aldeas, las casas de madera gris, las iglesias vagamente bizantinas, los turbios ríos, el trenzado de las cercas en los corrales, había comprendido lo superficial de sus evocaciones. Nada es como imaginamos. Elaboramos una amalgama de asociasiones visuales, descripciones literarias, imágenes incompletas y las mezclamos para nuestro uso. Diego lo decía : « Eres muy dada a las comparaciones gratuitas. Porque todo lugar », decía Diego, « que nos recuerda a otro lugar, nos está recordando experiencias parciales, momentos fugaces, referencias absolutamente personales, teñidas de sentimientos y por lo general inexactas. »

El camino ascendía bruscamente por la ladera de un monte ; abajo, quedaba el valle, la tierra labrada. Desde el camino, limitado por zarzas cargadas de moras en septiembre, se veía el riachuelo, abajo, semioculto entre los arbustos. Allí cogían los niños, en verano, cangrejos y pequeños peces, en un espontáneo aprendizaje del oficio de pescador. Oficio y juego que los llevaría más tarde a los violentos ríos de la montaña, al agua batalladora, encrespada y furiosa que labra a golpes las piedras de las hoces y los acantilados.

Ahora, desde esta curva, ya en lo alto de un monte bajo, Julia podía ver el pueblo a sus pies, la iglesia fortaleza, el armonioso conjunto de casas blancas y rojas, las piedras grises de las portaladas, las tapias de los corrales. Podía ver el minarete de cristal que remataba su casa con el pararrayos destelleante al sol. En seguida, dando la espalda al pueblo y al camino, se veía ya el haya púrpura, solitaria en la loma de Braña Nueva. Un poco más ariba el bosquecillo de pinos, la araucaria, los abedules, los arces, los chopos. La anarquía forestal de la finca, respetada por los descendientes de aquel botáncio aficionado que, muchos años antes, plantó el monte, cercó la propiedad, tiró la casa vieja y construyó una nueva, mandó hacer un arco de piedra, grande para que pudieran pasar los carros cargados de hierba, hizo esculpir la fecha, y se encerró allí un día y para siempre.

Al ver la casa, en lo alto, desafiante y desnuda, protegida tan sólo por los montes que asomaban por detrás de la finca, Julia se hizo una pregunta, la misma que se hacía cada vez que decidía ascender por la cuesta escarpada e incómoda, en vez de prolongar su paseo por los caminos que limitaban, los prados del valle. La pregunta era : « A qué vengo, qué busco, qué se me ha perdido aquí… »

Julia cruzó el arco de piedra y avanzó hacia la casa.


Josefina Aldecoa, La enredadera


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Traduction journalistique (espagnol)


El papa Juan XXIII suprimió la silla gestatoria porque estaba muy gordo y creía que su peso no se correspondía con el exiguo estipendio que cobraban sus costaleros. Pudo haberles subido el sueldo, pero prefirió bajarse él de la peana. Juan XXIII fue el primer Papa que caminó con las manos en la espalda entre las hortensias y los rododendros del jardín del Vaticano con la misma actitud del campesino que observa las alcachofas de la huerta. Tenía 77 años cuando en 1958 accedió al papado. Los cardenales pensaron que sería un hombre de transición, pero Juan XXIII tenía una rareza: era un papa que creía en Dios. Y a causa de esta gracia estuvo a punto de hundir a la Iglesia. Con el Concilio Vaticano II los templos se llenaron de guitarras, el latín fue descabalgado de la liturgia, con lo cual los fieles comenzaron a entender lo que se mascullaba en el altar. En la mayoría de los casos se trataba de preces muy vulgares, sin aliento místico ni siquiera poético. Juan XXIII murió en 1963 después de desmontar el caparazón de oro de la Iglesia y dejar las sacristías infiltradas de marxistas. Vino a poner orden un intelectual dubitativo, Pablo VI, que tenía el don de angustiarse en público. Mediante distinciones escolásticas muy sutiles logró que el diálogo entre cristianos y marxistas se estabilizara en el sexo de los ángeles. Después llegó el papa Luciani, en 1978, a quien le costó muy caro no haber sabido disimular su espanto al descubrir las cuentas e inversiones del Vaticano. Pocos días después de su elección se encontró de repente en presencia de Dios, gracias a un té con leche muy cargado. Vistas las cosas que pasaban, esta vez a la hora de elegir a su sucesor, el Espíritu Santo consultó con la CIA y con el Pentágono antes de inspirar a los cardenales. En Washington le susurraron al oído que tenían preparado a un polaco, anticomunista visceral, para un alto destino. Era el Papa que necesitaba el Occidente. El 16 de octubre de 1978 fue elegido Wojtyla en la segunda votación, un hombre fuerte, de 57 años, que había sido actor en su juventud, trabajador en una fábrica, con una novia gaseada en un campo de concentración nazi. En ese momento los obreros de Polonia estaban a un punto de la rebelión. Las manifestaciones de protesta iban presididas por enormes imágenes de Wojtyla y de la Virgen María, que se reflejaban en las gafas negras del general Jaruzelski. La alta misión espiritual a la que fue llamado este Papa consistía en dar con un martillo de plata obsesivamente a un tabique deteriorado del imperio soviético cuya grieta pasaba por Cracovia. Si lograba partirlo, todo el tinglado se vendría abajo. Wojtyla comenzó a darle con el martillo y, de pronto, se acabó la historia, según Fukuyama. Que la jugada era arriesgada se supo poco después cuando el KGB le mandó unas cartas credenciales al pontífice. El turco Mehmet Ali Agca en plena plaza de San Pedro lo baleó directamente en el estómago en medio de un revuelto de seglares y monjas que rodeaba su coche descapotado. Fue el 13 de mayo de 1981. La conexión búlgara tenía ramificaciones lejanas, muy misteriosas, puesto que el mismo día, un año después, en el santuario de Fátima, en lugar de aparecérsele la Virgen, se le acercó un sacerdote dispuesto a asestarle en el costado un cuchillo de cortar jamón. A partir de entonces la fe dio un salto cualitativo: Dios también necesitaba guardaespaldas. La imagen de Wojtyla impartiendo amor divino a todo mundo dentro de una urna de cristal antibalas fue un arquetipo del final del siglo XX.


Manuel Vicent, El PAÍS 17/08/2008


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