ANNALES TESTS 2009

 

SESSION de Juin 2009


Stylistique française (épreuve commune aux différents parcours)


Vous réécrirez le passage suivant

1) du point de vue de Mme Arnoux

2) du point de vue du mari de Mme Arnoux


[le 15 septembre 1840, Frédéric Moreau, jeune bachelier, rentre de Paris à Nogent, par la Seine, en bateau à roues]


Ce fut comme une apparition :

Elle était assise, au milieu du banc, toute seule ; ou du moins il ne distingua personne, dans

l'éblouissement que lui envoyèrent ses yeux. En même temps qu'il passait, elle leva la tête ; il fléchit involontairement les épaules ; et, quand il se fut mis plus loin, du même côté, il la regarda.

Elle avait un large chapeau de paille, avec des rubans roses qui palpitaient au vent derrière elle. Ses bandeaux noirs, contournant la pointe de ses grands sourcils, descendaient très bas et semblaient presser amoureusement l'ovale de sa figure. Sa robe de mousseline claire, tachetée de petits pois, se répandait à plis nombreux. Elle était en train de broder quelque chose ; et son nez droit, son menton, toute sa personne se découpait sur le fond de l'air bleu.

Comme elle gardait la même attitude, il fit plusieurs tours de droite et de gauche pour dissimuler sa manoeuvre ; puis il se planta tout près de son ombrelle, posée contre le banc, et il affectait d'observer une chaloupe sur la rivière.

Jamais il n'avait vu cette splendeur de sa peau brune, la séduction de sa taille, ni cette finesse des doigts que la lumière traversait. Il considérait son panier à ouvrage avec ébahissement, comme une chose extraordinaire. Quels étaient son nom, sa demeure, sa vie, son passé ? Il souhaitait connaître les meubles de sa chambre, toutes les robes qu'elle avait portées, les gens qu'elle fréquentait ; et le désir de la possession physique même disparaissait sous une envie plus profonde, dans une curiosité douloureuse qui n'avait pas de limites.

Une négresse, coiffée d'un foulard, se présenta, en tenant par la main une petite fille, déjà grande.

L'enfant, dont les yeux roulaient des larmes, venait de s'éveiller. Elle la prit sur ses genoux. " Mademoiselle n'était pas sage, quoiqu'elle eût sept ans bientôt ; sa mère ne l'aimerait plus ; on lui pardonnait trop ses caprices. " Et Frédéric se réjouissait d'entendre ces choses, comme s'il eût fait une découverte, une acquisition.

Il la supposait d'origine andalouse, créole peut−être ; elle avait ramené des îles cette négresse avec elle ?

Cependant, un long châle à bandes violettes était placé derrière son dos, sur le bordage de cuivre. Elle avait dû, bien des fois, au milieu de la mer, durant les soirs humides, en envelopper sa taille, s'en couvrir les pieds, dormir dedans ! Mais, entraîné par les franges, il glissait peu à peu, il allait tomber dans l'eau ; Frédéric fit un bond et le rattrapa. Elle lui dit :

−− " Je vous remercie, monsieur. "

Leurs yeux se rencontrèrent.

−− " Ma femme, es−tu prête ? " cria le sieur Arnoux, apparaissant dans le capot de l'escalier.


Traduction littéraire (espagnol)


Era el último descendiente de una antigua estirpe de terratenientes, cuya laboriosidad, sensatez y tesón habían hecho posible que un apellido noble y una fortuna considerable llegasen hasta él, para extinguirse previsiblemente a su muerte, ya que en las fechas en que se inicia este relato y aunque su edad corría parejas con el siglo, permanecía soltero. El grueso de su fortuna provenía de una finca de casi 300 hectáreas, situada a caballo entre los términos municipales de San Ubaldo más tarde asimilado al de la ciudad de Bassora y de Santa Gertrudis de Colbattó, de donde provenía una de las ramas del tronco familiar; en dicha finca, conocida en todo el contorno por el apelativo de "casa Aixelà", se asentaba la vivienda ancestral de esta ilustre familia; el resto de la finca estaba dedicado a la explotación forestal y a tierras de sembradura donde crecían la avena y la alfalfa, aunque, en los años inmediatamente posteriores a la guerra civil, una parte de aquéllas había sido reconvertida en viñedos, de los cuales se obtenía un vino de muy baja calidad, áspero y cabezón, que se vendía a granel en las bodegas de Bassora para consumo de la clase trabajadora. Una tarde de verano, bajo un sol terrible, por la cuesta que conducía a la finca subía resoplando una monjita. Antes de rematar la cuesta se detuvo unos instantes para recobrar el aliento y para hacer acopio de valor, porque temía ser mal recibida. En lo alto de la loma el camino moría al chocar con el muro de cerca que protegía la finca; a los pies de la loma estaba el pueblo de San Ubaldo, que apenas contaba a la sazón unas mil almas, y más allá, la mole del Hospital, el cauce seco del río y la carretera que, proveniente de Bassora, cruzaba el pueblo y continuaba hacia Colbattó, para enlazar allí con la carretera general de Barcelona. A aquella hora el pueblo parecía abandonado: nadie circulaba por sus calles irregulares, cuyo trazado seguía el cauce de antiguas rieras o los deslindes de fincas desaparecidas. La cancela estaba abierta de par en par cuando la monjita llegó ante ella. Buscó algún modo de anunciar su presencia y al cabo de un rato, no habiendo visto timbre ni campana ni persona alguna a quien dirigirse, franqueó la entrada con paso decidido. Se encontró en el arranque de un sendero ancho y sinuoso, bordeado de altos tilos, mirtos y adelfas; el jardín, espeso y sombrío, ocultaba la casa y los edificios auxiliares que integraban la parte habitada de la finca. Tanto la grava del sendero como las plantas y los árboles del jardín parecían cuidados con esmero, pero no se veía ni oía a nadie; reinaba el silencio opaco de las horas más sofocantes del verano. La monjita se adentró en el sendero; había avanzado unos metros cuando aparecieron por una revuelta, como si hubieran estado al acecho tras los arrayanes, dos perros enormes. Su aspecto era amenazador; la monjita se detuvo, cerró los ojos y musitó: Ave María Purísima. Con los ojos cerrados oía el jadeo de los perros y sentía el contacto de sus hocicos contra el hábito. De pronto sonó una voz que se acercaba gritando: ¡León! ¡Negrita! ¡Estarse quietos! Abrió los ojos y vio una mujer que corría por el sendero repitiendo a voces: ¡León! ¡Negrita! ¡Aquí! Los perros continuaron olisqueando el hábito, gruñendo y mostrando unos dientes espantosos. La mujer llegó junto a ellos, les dio unas palmadas en los lomos sin contemplaciones y dijo: No tenga miedo, hermana, no le harán nada. Era gorda y risueña, de mediana edad; llevaba un delantal blanco salpicado de sangre. La monjita repitió la salutación en voz más alta y la mujer le preguntó en qué podía servirla. La monjita dijo que deseaba ver al señor Aixelà, si éste se encontraba en casa y podía recibirla. Como estar, está, dijo la guardesa, pero no sé si podrá recibirla; lleva desde la mañana encerrado en el despacho con el administrador y ha dejado dicho que no le molestemos. La monjita asintió. Dígale por favor que soy la Superiora de las hermanas de la Caridad, las que se ocupan del Hospital, dijo; luego agregó con una sonrisa forzada: Y si no le importa, llévese de aquí a los perros o lléveme a mí donde yo no los vea.

Entre los tilos crecían algunos cipreses altísimos; en las ramas de un árbol se puso a cantar inopinadamente un jilguero. Los perros seguían a las dos mujeres retozando; habían depuesto su actitud hostil y parecían deseosos de jugar, pero la monjita procuraba no perderlos de vista. La casa era una antigua construcción de piedra, irregular, alargada, con tejado a dos aguas, puerta de arco y ventanas rectangulares, altas y angostas como troneras. Sobre la puerta había un reloj de sol y en el dintel, una fecha grabada que en el curso de los siglos se había vuelto ilegible. En la explanada que dejaba el sendero frente a la casa, una encina proyectaba su sombra sobre un camión desvencijado, pintado de verde. Por el borde de la caja vacía del camión un gato asomaba la cabeza. La mujer explicó a la monjita que el camión y el gato eran del administrador. Luego dijo: Pero el amo no quiere que el gato entre en la casa, porque es travieso y podría romper algún objeto de valor. No tenga miedo de que el gato se baje del camión mientras estén aquí estos dos, añadió señalando a los perros. Se esmeraba por mostrarse cortés con la monja y borrar la mala impresión que debían de haberle causado los perros. No son malos de natural, le había dicho mientras caminaban por el sendero, pero están para guardar la finca y cumplen su trabajo sin hacer distingos. Ya sabe usted lo mal que andan las cosas por esta zona, había añadido en tono confidencial. La monjita no lo sabía, pero se abstuvo de confesarlo; era nueva en la región y en el cargo que desempeñaba. Se esforzaba por que su silencio no pareciera altivo: no quería coaccionar a aquella mujer buena y sencilla. Sin embargo la cancela estaba abierta, había dicho al fin por decir algo. La guardesa había asentido: El amo dice que no son las puertas lo que arredra a los ladrones, sino el temor a lo que hay tras ellas. En ángulo recto con la casa, pero desprendido de ella, había un cobertizo, del que salió un hombre joven, vestido con un mono azul y enarbolando un bieldo de madera clara. De los labios le colgaba una colilla. Al ver a la monja apoyó la herramienta en el suelo, se quitó la boina y se quedó mirándola con expresión estúpida y atemorizada. Los perros se tumbaron al sol, jadeando y babeando; uno de ellos se revolcaba en el polvo. Qué animales más tontos, pensó la monjita mientras cruzaba la puerta de la casa. En contraste con la luminosidad exterior, el zaguán parecía sumido en tinieblas. Espere aquí, hermana, dijo la mujer.


Eduardo Mendoza, El año del diluvio.


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Traduction journalistique (espagnol)


Las mujeres con poder y el poder de las mujeres


La Argentina tiene una fuerte tradición en la participación de las mujeres en el espacio público y en la política institucional; no por nada fue donde consiguieron –por la lucha de muchas y la decisión política de una, Evita Perón– una temprana participación en el sufragio político. Si observamos atentamente a nuestro alrededor, desde la primera magistratura de la Nación, cargos en la Corte Suprema de Justicia, liderazgos opositores hasta un número importante de cargos legislativos, así como ministerios, secretarías y subsecretarías del Estado están a cargo de mujeres. Por eso, el primer interrogante reside en si es registrable alguna distinción en relación con el desempeño de estos cargos cuando lo llevan a cabo mujeres.

En la gran mayoría de los casos en que las mujeres han llegado a ocupar esos cargos, no se vislumbran evidencias de particularidades de género; cuando llegan “al poder” es porque aceptaron desempeñarlo de un modo determinado. Es decir, estos cargos tienen una lógica intrínseca que condiciona fuertemente su desempeño: un hombre o una mujer lo hacen básicamente del mismo modo. Quienes notan la diferencia de género son los recalcitrantes guardianes del dominio patriarcal que de cualquier modo preferirían a los hombres en los cargos de poder y proceden constantemente con referencias “machistas” cuando se refieren a ellas.

Es importe recordar, no obstante, que existe otra conexión entre “mujeres y poder”, que reenvía a otro sentido del término “poder” que no refiere, como el anterior, a un lugar o “cosa” con esta cualidad –“tal persona en el poder o con el poder”–, sino a un atributo inherente a toda relación social. En esta acepción, el poder es un atributo relacional que puede modificar, precisamente, las asimetrías sociales. Las mujeres tienen una larga y difícil tradición para lograr estas nivelaciones en los ámbitos domésticos y, toda vez que pudieron, demostraron esta capacidad en los espacios públicos enfrentándose a todo tipo de poder.

En los últimos tiempos este “poder de las mujeres”, pincelando el espacio público, es de muy fácil constatación tanto en los ámbitos rurales como en los urbanos y en los de las ciudades intermedias. Los denominados movimientos “socioterritoriales” de toda la América latina (o Abya Yala) son los que mejor conocemos y a ellos me referiré aunque, debo aclarar, ocurre no sólo allí. En estos movimientos, el territorio se ha convertido en la clave de la disputa con el poder económico y político. La tierra campesina amenazada, los territorios de las comunidades indígenas o los poblados cordilleranos de todo el continente bajo las garras del capital transnacional minero son disputados por movimientos sociales y las corporaciones económicas. La característica de estas disputas reside en que el movimiento asume la forma de defensa o generación de formas de vida (“política de vida”) que difieren radicalmente de las que ofrecen el capitalismo neoliberal del agronegocio, de las corporaciones mineras, forestales, petroleras y también de las que transmiten los grandes medios de comunicación. A estas situaciones construidas en estos márgenes las denominamos con Boaventura de Sousa Santos “campos de experimentación” y en todos ellos, de norte a sur de América latina, las mujeres juegan significativos lugares y papeles.

En efecto, las mujeres se destacan en estos movimientos y el fenómeno es de fácil comprensión, porque se trata básicamente de generar “otra vida”, de producir “otras subjetividades”; en fin, de generar “convivencialidades” (otras relaciones entre los sujetos, con la naturaleza y con la técnica). Las mujeres, desenvolviendo sus poderes como aquella Pandora desplegaba la esperanza de su caja, demuestran las posibilidades de otras formas de organizar la vida cuestionando estos insoportables e inhumanos mundos del neoliberalismo.

Estas mujeres son tenaces, firmes en sus creencias y desorientan a los miembros de los órdenes del poder. Es muy difícil que una corporación económica con todo su aparato transnacional pueda convencerlas de que abandonen sus propósitos. Aun cuando las empresas buscan la complicidad de las ciencias sociales o comunicacionales complacientes o de las ciencias de la educación (los famosos convenios universitarios) para “convencerlas” de “sus bondades”, las mujeres tienen una decisión tomada y no ceden. Aunque circule dinero en el intento de convencerlas, ellas no ceden. En muchos países, han dejado sus vidas; en México sufren cárceles, vejaciones, exilio, pero ellas no ceden. Hace pocos días en la provincia de La Rioja las golpearon, las hospitalizaron, las encarcelaron (hasta con una niñita de cuatro años), pero ellas no ceden. Entonces, la gente del poder comienza a denominarlas “locas” o “perturbadas”; son las “mujeres perturbadas” de Nuestra América, son las que tenazmente rechazan la “imperturbable” lógica del capitalismo neoliberal y luchan por la construcción de otra vida, de un “mundo otro”.

Por eso, en estas fechas, cuando internacionalmente se rememora la epopeya de las mujeres luchadoras, evocamos y homenajeamos a estas queridas “mujeres perturbadas” de nuestro país y de toda la América latina (Abya Yala). Pero también apelemos a las “mujeres del poder” para que suelten sus amarras institucionales y generen políticas de Estado que acompañen a estas luchadoras que honran la vida y, básicamente, la jerarquizan por sobre la ganancia económica.


Por Norma Giarracca, socióloga, investigadora de la UBA, coordinadora del Ger-Gemsal, Publicado en Página 12, el 4 de marzo de 2009



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SESSION DE Septembre 2009


Stylistique française (épreuve commune)


Vous réécrirez cette scène de théâtre sous forme d'une lettre que l'inspecteur adresse à son supérieur, puis sus forme d'un récit oral que Gilberte fait à sa grande sœur. Vous conserverez dans les deux cas le déroulement et le contenu précis de la scène, et vous adapterez le style au personnage locuteur.


L'action de cette comédie se situe dans une petite ville du Limousin, dont la vie est bouleversée par les apparitions d'un spectre. L'ordre habituel se renverse : les pauvres gagnent à la loterie, les chiens maltraités mordent leurs bourreaux… Isabelle, l'institutrice, est la plus troublée : elle fait cours dans les champs et remplace les leçons de morale par des louanges à la beauté physique et végétale. On la suspecte d'avoir des rendez-vous avec le spectre. L'administration chargede l'enquête un inspecteur d'Académie, qui vient voir Isabelle avec deux notables, le maire et le contrôleur des poids et mesures.


Le Maire – Si nous commencions l'examen !

L'inspecteur – Appelez la première. (Mouvements) Pourquoi ces mouvements !

Isabelle – C'est qu'il n'y a pas de première, monsieur l'inspecteur, ni de seconde, ni de troisième. Vous ne pensez pas que j'irais leur infliger des froissements d'amour-propre. Il y a la plus grande, la plus bavarde, mais elles sont toutes premières.

L'inspecteur – Ou toutes dernières, plus vraisemblablement. Toi, là-bas, commence ! En quoi es-tu la plus forte !

Gilberte – En botanique, monsieur l'inspecteur

L'inspecteur – En botanique ! Explique-moi la différence entre les monocotylédons et les dicotylédons.

Gilberte – J'ai dit en botanique, monsieur l'inspecteur.

L'inspecteur – Écoutez-la ! Sait-elle seulement ce qu'est un arbre !

Gilberte – C'est justement ce qu'elle sait le mieux, monsieur l'inspecteur.

Isabelle – Si tu le sais, dis-le, Gilberte. Ces messieurs t'écoutent.

Gilberte – L'arbre est le frère non mobile des hommes. Dans son langage, les assassins s'appellent les bûcherons, les croque-morts les charbonniers, les puces les piverts.

Irène – Par ses branches, les saisons nous feront des signes toujours exacts. Par ses racines, les morts soufflent jusqu'à son faîte leurs désirs, leurs rêves.

Viola – Et ce sont les fleurs dont toutes les plantes se couvrent au printemps.

L'inspecteur – Oui, surtout les épinards… De sorte, ma petite, si je te comprends bien, que les racines sont le vrai feuillage, et le feuillage, les racines.

Gilberte – Exactement.

L'inspecteur – Zéro… (Elle rit) Pourquoi cette joie, petite effrontée !

Isabelle – C'est que dans la notation, j'ai adopté le zéro comme meilleure note, à cause de sa ressemblance avec l'infini.

Le contrôleur – Intéressant. […]

L'inspecteur – Un scandale, monsieur le Maire, un scandale ! Mon opinion sur les événements du bourg est faite !


Jean Giraudoux, Intermezzo, I, 6 (1933)


Traduction littéraire (espagnol)


Casa y hacienda, herencia son de los padres, pero una mujer prudente es don de Yavé y en lo que a ti concierne, cariño, supongo que estarás satisfecho, que motivos no te faltan, que aquí, para ínter nos, la vida no te ha tratado tan mal, tú dirás, una mujer sólo para ti, de no mal ver, que con cuatro pesetas ha hecho milagros, no se encuentra a la vuelta de la esquina, desengáñate. Y ahora que empiezan las complicaciones, zas, adiós muy buenas, como la primera noche, ¿recuerdas?, te vas y me dejas sola tirando del carro. Y no es que me queje, entiéndelo bien, que peor están otras, mira Transi, imagínate con tres criaturas, pero me da rabia, la verdad, que te vayas sin reparar en mis desvelos, sin una palabra de agradecimiento, como si todo esto fuese normal y corriente. Los hombres una vez que os echan las bendiciones a descansar, un seguro de fidelidad, como yo digo, claro que eso para vosotros no rige, os largáis de parranda cuando os apetece y sanseacabó, que las mujeres, de sobras lo sabes, somos unas románticas y unas tontas. Y no es que yo vaya a decir ahora que tú hayas sido una cabeza loca, cari 0ño, sólo faltaría, que no quiero ser injusta, pero tampoco pondría una mano en el fuego, ya ves. ¿Desconfianza? Llámalo como quieras, pero lo cierto es que los que presumís de justos sois de cuidado, que el año de la playa bien se te iban las vistillas, querido, que yo recuerdo la pobre mamá que en paz descanse, con aquel ojo clínico que se gastaba, que yo no he visto cosa igual, el mejor hombre debería estar atado, a ver. Mira Encarna, tu cuñada es, ya lo sé, pero desde que murió Elviro ella andaba tras de ti, eso no hay quien me lo saque de la cabeza. Encarna tiene unas ideas muy particulares sobre los deberes de los demás, cariño, y ella se piensa que el hermano menor está obligado a ocupar el puesto del hermano mayor y cosas por el estilo, que aquí, sin que salga de entre nosotros, te diré que, de novios, cada vez que íbamos al cine y la oía cuchichear contigo en la penumbra me llevaban los demonios. Y tú, dale, que era tu cuñada, valiente novedad, a ver quién lo niega, que tú siempre sales por peteneras, con tal de justificar lo injustificable, que para todos encontrabas disculpas menos para mí, ésta es la derecha. Y no es que yo diga o deje de decir, cariño, pero unas veces por fas y otras por nefás, todavía estás por contarme lo que ocurrió entre Encarna y tú el día que ganaste las oposiciones, que a saber qué pito tocaba ella en ese pleito, que en tu carta, bien sobrio, hijo, "Encarna asistió a la votación y luego celebramos juntos el éxito". Pero hay muchas maneras de celebrar, me parece a mí, y tú, que en Fuima, tomando unas cervezas y unas gambas, ya, como si una fuese tonta, como si no conociera a Encarna, menudo torbellino, hijo. ¿Pero es que crees que se me ha olvidado, adoquín, cómo se te arrimaba en el cine estando yo delante? Sí, ya lo sé, éramos solteros entonces, estaría bueno, pero, si mal no recuerdo, llevábamos hablando más de dos años y unas relaciones así son respetables para cualquier mujer, Mario, menos para ella, que, te digo mi verdad, me sacaba de quicio con sus zalemas y sus pamplinas. ¿Crees tú, que, conociéndola, estando tú y ella mano a mano, me voy a tragar que Encarna se conformase con una cerveza y unas gambas? Y no es eso lo que peor llevo, fíjate, que, al fin y al cabo de barro somos, lo que más me duele es tu reserva, "no desconfíes", "Encarna es una buena chica que está aturdida por su desgracia", ya ves, como si una se chupase el dedo, que a lo mejor a otra menos avisada se la das, pero lo que es a mí... Tú viste la escenita de ayer, cariño, ¡qué bochorno!, no irás a decirme que es la reacción normal de una cuñada, que llamó la atención, y yo achicada, a ver, que hasta parecía una mujer sin sentimientos, yo que sé, y Vicente Rojo "sacadla de aquí, está muy afectada", que me puso frita, te lo confieso. Con la mano en el corazón, Mario, ¿es que venía eso a cuento? ¡Si parecía ella la viuda! Me apuesto lo que quieras a que cuando lo de Elviro no llegó a esos extremos, que a saber qué hubiera tenido que hacer yo. Es lo mismo que cuando murió tu padre, Mario, que de siempre lo dije, el caso es ponerme en evidencia, que me dejó en mal lugar, no lo discutas. Para serte sincera, nunca me gustó Encarna, Mario, ni Encarna ni las mujeres de su pelaje, claro que para ti hasta las mujeres de la vida merecen compasión, que yo no sé dónde vamos a llegar, "nadie lo es por gusto; víctimas de la sociedad", me río yo, que los hombres puestos a disculpar resultáis imposibles, porque lo que yo digo, ¿por qué no trabajan? ¿Por qué no se ponen a servir como Dios manda? Que el servicio desaparece no es ninguna novedad, Mario, cariño, y aunque tú salgas con que es buena señal, que buen pelo hemos echado con tus teorías, lo cierto es que cada vez hay más vicio y, hoy en día, hasta las criadas quieren ser señoritas, para que te enteres, que la que no fuma, se pinta las uñas o se pone pantalones, yo qué sé. ¿Crees tú que esto es formalidad? Estas mujeres están destrozando la vida de familia, Mario, así como suena, que yo recuerdo en casa, dos criadas y una señorita para cuatro gatos, que aquello era vivir, que cobrarían dos reales, no lo niego, pero, comidas y vestidas, ¿quieres decirme para qué necesitaban más? Pues bueno era papá para eso: "Julia, ya está bien; deja un poco para que lo prueben también en la cocina". Entonces existía vida de familia, daba tiempo para todo y, cada uno en su clase, todos contentos. Ahora, tú me ves, aperreada todo el día de Dios, si no estoy entre pucheros, lavando bragas, ya se sabe; que una no puede dividirse y por mucha disposición que tenga, con una criada para siete de familia, a duras penas se puede ser señora. Pero de estas cosas los hombres no os dais cuenta, cariño, que el día que os casáis, compráis una esclava, hacéis vuestro negocio, como yo digo, que los hombres, ya se sabe, no tiene vuelta de hoja, siempre los negocios. ¿Que la mujer trabaja como una burra y no saca un minuto ni para respirar? ¡Allá se las componga! Es su obligación, qué bonito, y no es que te reproche nada, querido, pero me duele que en más de veinte años no hayas tenido una palabra de comprensión. Ya lo sé, tampoco has sido lo que se dice un marido exigente, es cierto, pero con no exigir no basta a veces, ya ves tu hermano Elviro, y no es que yo diga que Elviro, fuese un ideal de hombre, ni hablar, pero tu hermano era de otra pasta, dónde va, tenía detalles. ¿Recuerdas el portamonedas que me regaló la tarde que merendamos juntos en junio del 36? Aún le conservo, fíjate, en la cómoda creo que está, con un montón de trastos, me parece. |Y cómo se puso Encarna! Menuda, creí que le tragaba, palabra, que luego a los tres meses, cuando Elviro murió, bien que la pesaría. Tú hermano era delicado, Mario, y cualquier otro hombre con más arranques, simplemente con que fuera como tenía que ser, hubiera atado a su mujer más corto. Dios me perdone pero desde que los conocí, tengo entre ceja y ceja que Encarna se la pegaba, fíjate, no sé por qué, era mucho temperamento para él. Y conste que no me gusta hacer juicios temerarios, de sobra lo sabes, aunque luego sí, al enviudar, ella iba por ti, eso no hay quien me lo saque de la cabeza, pero con el mayor descaro, ¿eh? Y así me lo jures en cruz, nunca me llegaré a creer que el día de Fuima se conformase con una cerveza y unas gambas, y no por nada, que ya me conoces, que otra cosa no, pero me horroriza dramatizar. Pero, ¿lo quieres más claro? ¿Tú sabes que Valentina ayer, cuando me llevó a un aparte, me dijo, pero como te lo cuento, me dijo: "tu cuñada ni muerto le deja en paz"? ¿Qué te parece? ¿Es que todavía me vas a decir que son figuraciones mías? Porque por mucho que digas de Valen no me vayas a negar que inteligente lo es un rato largo, que no es hablar por hablar, pues ya lo oyes, "ni muerto le deja en paz". Claro que, bien mirado, la tonta fui yo, o no tonta, vete a saber, el caso es que una tiene principios y los principios son sagrados, ya se sabe, que te pones a ver y nada como los principios. ¡Anda que si yo hubiera querido! Con cualquiera, Mario, fíjate bien, con cualquiera. Mira Elíseo San Juan, el de la tintorería, sin ir más lejos, no hay vez, sobre todo si salgo con el suéter azul, quo no se meta conmigo: "qué buena estás, qué buena estás; cada día estás más buena". Ni a sol ni a sombra, hijo, que es ceguera la de este hombre, que ya lleva años, que no es de hoy, y, como ése, otros que me callo, tonto del higo, que aún estoy para gustar, que no soy ningún vejestorio, qué te has creído. Los hombres todavía me miran por la calle, para que lo sepas, Mario, que vives en la luna, "un tipo vulgar ese San Juan", me río yo, cuántas no le harían ascos.


Miguel Delibes, Cinco horas con Mario, 1966.


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Traduction journalistique (espagnol)


Sabiduría antigua y ciencia nueva


Resulta, por desgracia, como apunta Daniélou, que, por modernidad, se rechaza conocer las fuentes del saber humano, y la injustificable ignorancia que ello produce hace que ese saber profundo parezca superado, sin conocerlo. No se sabe muy bien por qué, porque tampoco "se nos exige que volvamos a las creencias de la Antigüedad o a las supersticiones de la Edad Media, sino que entremos en empatía con las mentes más elevadas de cada época y tratemos de reformular sus intuiciones de manera acorde con nuestro tiempo", escribe Godwin. Es decir, se trata de "expandir la mente más allá de la cosmovisión común en que está atrapada la mayor parte de la modernidad, en una época en que claramente se agota un ciclo de mundo y otro nuevo está todavía por nacer". De ampliar las perspectivas de los esfuerzos por descubrir el enigma del universo, el lugar del ser vivo en él y los medios para realizar su destino: las cuestiones humanas de siempre. Eso buscan expresamente estos dos libros desde dos tradiciones milenarias: una comienza con Platón, la otra muchísimo antes.

Godwin presenta una edición española de su compilación de los textos históricos más preclaros sobre el tema de la armonía, o música, de las esferas. Todos ellos pueden entenderse como un comentario al pasaje del Timeo en que Platón describe cómo el Demiurgo forjó el Alma del Mundo dividiendo la substancia primordial en intervalos armónicos. La armonía musical refleja esa armonía cósmica, hay algo musical en el cosmos y algo cósmico en la música: este motivo se convirtió en un background científico y místico que recorre nuestra cultura desde antiguo. (Piénsese, por ejemplo, en la "lira cósmica" de San Atanasio y en la de Kepler). En el fondo las cosas no han cambiado mucho, y, en tal caso, para peor: igualmente oscuras pero más feas. "Donde en un tiempo se abrían las puertas de los cielos se encuentran ahora los agujeros negros, dispuestos a tragarlo todo en el olvido. Donde antaño los ángeles de los planetas conducían sus carros astrales, ahora unas fuerzas sin sentido impulsan estrellas y planetas hacia su sino inexorable. Y el canto o la palabra creadora de Dios se reduce a un big bang mitológico que ni siquiera los científicos comprenden".

A Daniélou, tras 25 años de vida y estudio en la sociedad hindú tradicional, a su regreso a Occidente, en 1960, le sorprende la "increíble ignorancia" del mundo cristiano del significado de los ritos y mitos, o el carácter primitivo e infantil de sus conceptos filosóficos y teológicos. Y "sólo en las ciencias más avanzadas, las matemáticas, la cibernética, la biología, la ciencia del átomo", encuentra nociones que se parecen a las que manejaba en la India. La India ha sabido preservar un saber milenario, una búsqueda cosmológica, religiosa, mística y filosófica que en algún momento fundacional constituyó la experiencia común de gran parte de la humanidad, incluida Atenas, y que en cuanto tal búsqueda sigue siendo la misma hoy. Es el saber del hinduismo, la "religión eterna", lejana a cualquier dogmatismo y exclusividad. Este libro, un clásico, es como una enciclopedia de esa reserva de conocimiento originario. Una "iconografía del panteón hindú" lo llamó el mismo autor.

ISIDORO REGUERA 


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